Nota de prensa de Fernando Gomez escribe para el periódico El Tiempo:
Antonio Nariño: el día que desapareció su legado de las paredes de Bogotá
Luis Hernández Mellizo presenta una retadora exposición en Galería Nueveochenta, de Bogotá.
Luis Hernández Mellizo presenta una retadora exposición en Galería Nueveochenta, de Bogotá Foto: Fernando Gómez Echeverri
En 1793, en pleno dominio del Imperio español,Antonio Amador José Nariño y Álvarez del Casal, un revolucionario mejor conocido como Antonio Nariño, decidió convertirse en un criminal con la publicación de un panfleto peligroso. Se había leído de un tirón Los derechos del hombre y no solo había decidido traducir ese horror prohibido al castellano: también –con la complicidad de otro criollo revoltoso– imprimió 200 ejemplares al amparo de la noche. Lo descubrieron, lo apresaron y lo desterraron, pero los neogranadinos leyeron frases tan aterradoras como: “Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos”.
“El estallido social y las marchas de los últimos años me hicieron pensar en los derechos del hombre”, dice Luis Hernández Mellizo. Fue en busca de Nariño: cerca de la plaza de Bolívar, en la fachada del Museo del Vestido, están impresas en piedra las planchas de su traducción original.
Es una pieza conmovedora, llena de erratas y todo el espíritu de la época. Hernández Mellizo decidió usar esas planchas para la obra que hoy presenta en la Galería Nueveochenta de Bogotá (diagonal 68 n.º 12-42); sin embargo, cuando fue en su búsqueda, se encontró con una sorpresa: habían desaparecido.
Luis Hernández Mellizo presenta una retadora exposición en Galería Nueveochenta, de BogotáFOTO:CORTESÍA
En 2020, el ambiente político estaba tan candente y los ánimos tan alterados que, para prevenir un desastre, la Fundación Universitaria de América, encargada de custodiar el monumento, decidió cubrirlo con tablones de madera para evitar que terminara rayado o destrozado a martillazos por la turba enardecida.
No era una locura ni un ataque de censura. En 2021, la estatua de Nariño en Pasto –en medio de la ola que había derribado varias estatuas de conquistadores– había terminado en el piso.Nariño no era Sebastián de Belalcázar o Gonzalo Jiménez de Quesada, pero su estatua terminó boca abajo en una plaza. Y los derechos del hombre –por precaución– terminaron ocultos como la obra de un criminal o como un grafiti infame.
Todavía hoy siguen cubiertos; solo que ahora no tienen tablones sin gracia, sino un colorido mural del colectivo Arto Arte.
Luis Hernández Mellizo presenta una retadora exposición en Galería Nueveochenta, de BogotáFOTO:FERNANDO GÓMEZ ECHEVERRI
Hernández Mellizo pidió permiso para quitar los tablones y haber un frotage sobre lienzo. Hizo una reproducción exacta en carboncillo. Y esa es su obra en el primer piso de Nueveochenta. En las telas se leen frases como ‘Ningún hombre puede ser acusado, detenido ni arrestado sino en casos determinados por la ley’.
La obra es un recordatorio de lo fácil que puede ser convivir y respetar los derechos de los demás. Hernández Mellizo copió las placas en dos telas gigantes que flotan en la sala impulsadas por unos ventiladores. Y en una esquina está su propuesta de monumento: hay un dibujo en el que están sus telas con los derechos del hombre encima del Capitolio convertidas en las velas de una nave en altamar: el lugar hacia el que debería navegar el país.
El resto de la exposición –todo el segundo piso de la galería– ofrece varias piezas que mantienen esa tensión. Hay una pieza en particular que resume todo: un cuadro en el que hay una almohada, un libro y un martillo. “Es el 3-8”, dice, “ocho horas para el descanso, ocho horas para el ocio y ocho para el trabajo”, una consigna que reivindicaron los trabajadores en tiempos en los que lo ‘normal’ era trabajar 18 horas diarias.
Hernández Mellizo –tanto con el martillo como con los libros– usa en sus pinturas y esculturas una iconografía que podría calificarse de “comunista” y “revolucionaria” para decir verdades básicas.
Hay un mural que podría ser de la China comunista en los años 60, una biblioteca con libros ‘prohibidos’ que, de lejos, revela un mensaje: “Tu arte no le interesa a nadie”. También hay un viejo dibujo de su papá –hecho para el sindicato de su empresa– que celebra los 200 años de los comuneros. Su obra dice algo más: el arte es trabajo y los artistas también son trabajadores, solo que no producen latas o ladrillos, producen símbolos, producen belleza. Producen velas con los derechos del hombre.
FERNANDO GÓMEZ ECHEVERRI
EDITOR DE CULTURA