Volumen de obra. Guillermo Vanegas

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Luis Hernández Mellizo, La misa de los artistas. Empaque de jabón Savon Special Artiste con un aparato reproductor de sonido en su interior. El audio pertenece a La misa de los artistas, celebrada en Bogotá el 9 de julio de 2011


Sí, se hacen misas para artistas y con artistas, no sólo para los que mueren. En el caso de la obra que ilustra este post, su sonido fue tomado de una liturgia realizada en la Catedral Primada de Bogotá, “dirigida a quienes con apasionada entrega buscan nuevas  ‘epifanías’ de la belleza para ofrecerlas al mundo a través de la creación artística”.
Qué cosa tan difícil ser, o trabajar como, artista y qué frutos tan mediocres aporta. ¿Sirve una misa cuando se trabaja produciendo imágenes? De pronto sí, para otras cosas, como  cuando uno conduce un vehículo de transporte público y las vidas de muchos dependen de la responsabilidad individual (y de la ayuda divina), pero, en serio, ¿para hacer un pintura o una instalación (así sea sufrida como las de Doris Salcedo), en realidad funciona una misa? ¿y, más si se le dedica a los artistas?
La exposición de Luis Hernández Mellizo en una galería comercial de un barrio limpio de Chapinero es un inventario de propuestas que buscan demostrar cómo el arte, y en mayor medida la pintura, sirven para mucho más que su inutilidad estructural y cómo quienes suelen resultar beneficiados con esa metodología no son los productores de arte, sino nosotros, los intermediarios. De otra parte, para los amantes de hacer comparaciones entre arte y productos del universo editorial bogotano de publicaciones-sobre-arte-hechas-por-artistas, cuando se contrasta esta exposición con una de las ediciones de la última revista a*terisco, persiste un empleo de las metáforas que otros estratos de la industria cultural ponen en juego al pensar sobre el valor de uso del arte, sus nociones subsidiarias, las expectativas de redención que carga y la forma en que nunca cumple con nada. Pero puede que no se tenga la menor idea de qué es a*terisco, y la experiencia que brinda Hernández Mellizo no deja de resultar coherente con ese desgaste profesional que implica la actividad en arte y que en otro espacio éste mismo artista definió como “un voto de pobreza”. Y esto es porque su inventario se asemeja a la metástasis de varios síntomas (alto volumen de tiempo libre, inestabilidad laboral, dificultad de proyección económica, autocrítica constante, evaluaciones entre las esperanzas y resultados que actualmente posee una persona que ingresó a estudiar arte pensando en que “arte es…” y que ahora vive “haciendo un tipo de arte que…” –esto si vive de hacer arte, por supuesto-), materializada en un elevado –valga el doble sentido pío- nivel de producción.
De otra parte, esta idea del voto de pobreza logra, por la alta variabilidad de posturas que el artista ensaya, eludir el relato de la humildad (dejándonos con un héroe-santo menos) y convertirse más en una descripción sobre hacer algo. En este punto, pueden verse los millares de objetos que pululan en la exposición, enamorarse de alguno e incluso preguntar por su valor (y si se conoce al artista, tratar de preguntarle a él, “para que le llegue el 100% del dinero”) y notar que el trabajo implicado aquí no se limita a la queja, ni a la proactividad. Es la exhibición de una actuación persistente. Y más si uno termina comprando algo allá: uno compra horas-hombre/máquina invertidas en hacer algo. En este sentido, la exposición descabeza la elevación modernista del sujeto que hace arte y por eso está por encima de quienes no hacen arte, y nos muestra una acumulación de trabajos, como cuando uno va a esos almacenes todavía no afectados por la especialización, mira y encuentra mucho de todo.
A eso hay que ir (si le interesa ir). O, si usted sabe pintar, y pinta, vaya a comparar modos de tratar con la pintura, ese otro elemento estructural de esta exhibición que, por mi ignorancia técnica, no reseño. Estoy pensando en ir más seguido para aprender. Pero no puedo, algo me lo impide, debo trabajar para ganar para comer para tener la fuerza para volver a trabajar.