Este es el primer proyecto en la sala de exposiciones de la nueva sede de la Cámara de Comercio en la Zona Sur de Bogotá que reflexiona de manera concreta sobre el entorno en que se encuentra la institución. Lo hace preguntándose acerca de la forma en que su planteamiento arquitectónico se articula con él y también, sobre las maneras en que, sin proponérselo, el edificio de la Cámara de Comercio puede seguir los más espontáneos patrones de comportamiento expansivo del barrio en el que se insertó.
Así, con esta obra se comienza a trabajar desde otras fronteras el planteamiento fundamental que guía la programación de esta sala, consistente en la indagación sobre el contexto más cercano en el que ella se encuentra y en consecuencia, en el estudio y cuestionamiento de las lecturas -tradicionales y no tradicionales- acerca de lo que al nivel de arte y cultura ha nacido y florecido, tanto en el sur de la ciudad como en los barrios a los que, de una manera simplista y en algún sentido despectiva, se denomina populares.
Es por ello que la programación de 2010 se reservó exclusivamente para artistas como Luis Hernández Mellizo, que además de ser ampliamente reconocidos en el circuito artístico contemporáneo de Colombia, habitan o crecieron en centros para los que específicamente trabaja esta sede y a los cuales con una estética reduccionista se ha conocido o tildado como barrios del sur, con lo que se alude a pautas que son a un mismo tiempo pobres, deficientes, mal educadas o sin educación y desordenadas. Con este tipo de prácticas de interpretación se han desplazado y desatendido valores fundados en estos contextos que, en el cruce con otros y en su autonomía, han propulsado interpretaciones y procedimientos creativos que están en capacidad de proponer pautas para la formulación de otro mundo.
A todas luces ese preconcepto queda en duda frente al conjunto de reflexiones que ha acogido y comienza a articular este programa y en especial, ante trabajos como el de Luis Hernández Mellizo, quien se centra precisamente en revisar de manera crítica el ideal del esplendor del que se entiende que carecen las soluciones que se desarrollan de manera urgente en situaciones de necesidad y precariedad.
En ese sentido es que el artista observa que la proposición de la Cámara de Comercio se establece como un "oásis" arquitectónico en un barrio estigmatizado como mal construido y también como caótico a nivel de planeación, pero replicando de alguna manera y desde sus muy superiores posibilidades estas pautas. Aunque su edificio se destaca claramente como un patrón de esplendor en medio de proposiciones que no brillan de la misma manera, uno de sus principales proyectos, que es la sala de exposiciones, se organizó también improvisando una solución en un espacio que no había sido destinado ni concebido para este fin.
Es por esa misma razón que a cada proyecto que se instala en esta sala le supone un reto y un ejercicio de creación e interpretación la reubicación de su formulación expositiva y el adecuado diálogo de ella, tanto con el espacio interno y el externo (el barrio Kennedy) como con la propuesta del artista. El que Luis Hernández Mellizo sugiere juega con la construcción misma y con los artificios que la convierten en una galería. Lo hace permeando la presencia del barrio en la sala y a través de imágenes que hablan del crecimiento autónomo de las edificaciones que progresivamente han poblado el lugar, como son los ladrillos confrontados con los esquemas idealizantes que importó la Alianza para el progreso a Colombia. Este fue el programa a través del cual se quiso fundar un orden en esta población que, en la década de los años 50 constituía uno de los principales refugios para los desplazados que, acosados por la Violencia, huían hacia Bogotá desde distintas zonas de Colombia.
Con esa lógica, en el que hasta entonces había sido el barrio Techo (nombre derivado del cacique Techotá) se proyectó un trazado arquitectónico y social utópico que, pronto, después de haber sido bautizado como Kennedy en honor al recién fallecido presidente que lo impulsó, sucumbiría a las distintas formas de improvisación que han acarreado día día los apremios de la sobrevivencia en un país con diversas, simultáneas y entrecruzadas formas de violencia y con fuertes desequilibrios en la distribución de la riqueza. La capacidad para levantar proposiciones de vida supuso para las personas que se reunieron en centros como Kennedy la generación de un espectro amplio de esfuerzos creativos, entre los que se cuenta la fabricación manual de ladrillos y la adaptación de materiales de distinto orden para la construcción de viviendas y negocios, así como la aclimatación e invención de patrones constructivos y de funcionamiento social.
De tal manera, espontánea y naturalmente, ese tipo de proposiciones contribuyó a fortalecer inventivas y proyecciones de la inteligencia y la observación con las que se han modulado nuevas proposiciones de funcionamiento orgánico, que si bien no han sido atendidas institucionalmente como destacables ejercicios vitales y creativos, han nutrido proyectos de particular inteligencia, sobre los que en el presente reflexiona Luis Hernández Mellizo como partícipe y heredero.
El equilibrio, la profundidad, esencialidad y capacidad analítica de la obra de este artista, como sus preocupaciones de carácter creativo y político, se enraizan simultáneamente en varios sistemas educativos y de discusión que por experiencias desarrolladas a lo largo de su joven trayectoria conoce y entiende bien. Estos sistemas son el oficial académico con el que se relacionó en distintas escuelas y en el programa de arte de la Universidad Nacional de Colombia, frente a la práctica de innovaciones apresuradas que pudo observar mientras se formó en la misma Universidad Nacional y el el periodo escolar en diferentes colegios de Kennedy. Todo ello, mientras ha residido en el barrio Bosa y en conversación con su activa participación, desde una perspectiva propia, en el circuito de las principales galerías, programas y museos de Colombia y de otros países de América Latina.
Es en esa medida que Luis Hernández Mellizo puede atravesar acertadamente, y en la articulación de lecturas que por lo general no se han cruzado (o por lo menos desde situaciones de conocimiento vital), la dialéctica que generan las tensiones sociales y económicas, para así reconocer a fondo la fuerza que ello suscita en la producción de alternativas de enorme valor que, aunque han crecido sin lo que se suele llamar esplendor sino más bien con modestia y en el anonimato han fundado un devenir que aporta muchas ventajas en su desventaja. Éstas son ventajas que una vez absorbidas y legitimadas por los sistemas centrales tienden a borrar el origen que por el contrario Luis Hernández Mellizo resalta. El artista pone en evidencia acciones de gran resonancia que cambian el rumbo del pensamiento y de los acontecimientos sin ser sinceramente evaluadas y reconocidas en su particular óptica ni en los lugares protagónicos de la historia.